Friday, May 12, 2006

Las Hogueras

LAS HOGUERAS

Los hombres de mi tierra realizan por el día
Duras labores y al anochecer
Encienden unas matas secas,
Unos leños roídos y nudosos como sus manos.

En la hora serenísima
Florecen las hogueras
Y en sus ensortijadas cabelleras rojizas
Flotan en la esfumada lejanía del monte,
Y a medida que el límite de añil se oscurece
Asumen la figura de incandescentes zarzas
O de hiedras purpúreas que aprisionan
Un tenebrosos muro.

En la noche salvaje
Brillan como sortijas a cuyo alrededor
Descansan los pastores, los mineros
De tez cobriza, plácidos labriegos,
Y esos hombres errantes que en el semblante llevan
Acumulados todos los repliegues
De la montaña saben el secreto
de dorar en las brasas un fragante manojo
De carne – un recental o un ijar de ternero,
Mientras el fuego torna más grave la quietud.

Alguien vela después en el sopor nocturno
De pie como un soldado a la orilla del sueño,
Custodiando la paz del campamento
De donde por momentos se desprende un mugido,
Un roce de pezuñas en las piedras,
El chasquido de un leño que se quiebra
En el ojo de cíclope que oscila y humea
Poblando de titánicas vislumbres
La oscuridad.

El marsupial entonces
Huye a las madrigueras arrastrando su saco
De tela gris, y el puma que suele merodear
Por los alrededores abandona
Su señoría y vuelve medroso a la espesura
Como un rey primitivo que plegara su túnica.

A la distancia, lejos, las he visto brillar
Como incrustadas en el seno mismo
De las rocas, y quedan sus estrías
De tal modo grabadas en el lóbrego
Pabellón de la noche que parecen
Esos viejos tatuajes con que los habitantesDe un reino elemental adornaban el bronce
De su piel: rojos signos de una escritura arcaica,
Inscripción indeleble que una raza
Idólatra y sufriente
Labró como homenaje de su sangre.
A un dios inmemorial.

Alguna vez también he acercado mi rostro
Al ardor de esa lumbre; alguna vez
He tejido con ramas de resinosa brea,
Con arbustillos secos de la sierra,
Una guirnalda crepitante, un círculo
De grandes palmas, cálido y sonoro,
A cuyo resplandor he sentido vivir
Una edad olvidada, un tiempo tan antiguo
Como el terror, surcado por oscuras deidades;
El corazón de un mundo cada vez más lejano
Que late allá, perdido entre las breñas
Del oeste natal.




César Rosales

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